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Mayo, junio, julio en Colombia

albano, Quito (Ecuador), julio de 1999

El primer pueblo después de la frontera panameña es Capurganá, donde cojo el barco regular a Turbo, una ciudad solícita con muchas personas estraneas. Necesito un sello de la oficina de migración, donde se me recibe excepcionalmente amable. Efectivamente, algunos cientos kilometros hacia arriba a Medellín, encuentro a gente amable. Me invitan a beber y me dan comida para mi camino.

Después de un día con carretera plana, el paisaje se vuelve accidentado. Se dice que unos grupos de guerilla se esconden en los bosques de esta región. Su presencia se muestra solo indirectamente por la presencia militar aumentada y las casas quemadas a lo largo del camino. La carretera misma, en general, está en buena condición, pero muchos corrimientos de tierras dejaron miles de toneladas de peña y tierra en ella. En un lugar se tiene que derribar algunos cientos metros de carretera ausente con un rodeo largo y escarpado.

El domingo, 30 de mayo, tengo que allanar otra subida larga antes de llegar a Medellín. Es una ciudad grande y limpia y parece ser rica con su metro y sus fachadas reflejandos. Hago contacto con una familia que he encontrado en el camino. Me llevan con ellos para su vuelta de la tarde, visitamos a unos miembros de la familia y veo la ciudad desde un punto de vista diferente. Tambi&ecaute;n les visito a ellos dos veces en su hogar. Dos sucesos especiales más en Medellín: Primero, el choque que sufro quando mi cuarto en el hotel está ordenado, una vez cuando regreso. Este hotel simple era demasiado lujoso. Otra sorpresa más son las propuestas sexuales de un joven, a quién ayudo con sus tareas de inglés. Las rechazo.

Viernes, 4 de junio. Hay más subida cuando salgo de la ciudad rumbo a Bogotá. Junto a una estación de peaje me encuentro rodeado de vendedores ambulantes curiosos. La noche venidera, tengo difficultades a encotrar un lugar para mi tienda de campaña en el bosque a lo largo de la carretera, y termino en la veranda de una choza desocupada al anochecer. Los cuartos completamente obscuros atrás de puertas a medias abiertas y los murciélagos volando por aquí hacen el lugar aun menos agradable.

Después de un trayecto llano y otra vez caliente, junto al río Magdalena, subo en varias etapas hacia la capital a un nivel de más o menos dos mil quinientos metros. Minetras tanto, otra vez recojo más direcciónes. El miercoles, el día de mi llegada, visito a dos hermanas gemelas que trabajan en la tienda de sus padres. Me invitan a quedarme en el más grande de los dos apartamentos que tienen, en donde una de ellas vive con su famlia y el cual es bastante gande para desconcertar al visitante al principio. No cabe duda que lleva un acceso permante al internet por cable de fibra obtica.

El jueves, voy a trotar con el padre, la hija y el perro y limpio mis cosas. Viernes, salgo para una excursión de fin de semana en coche con la otra hermana y su hijo. En primer lugar, regresamos el mismo camino por cual he venido, y puedo observar es stilo de conducir colobiano, tal vez latinoamericano, desde dentro. Sobre todo, hay dos problemas: Camiónes lentos y carreteras con muchas curvas. Quasi no hay partes rectas. Pués, también curvas de difícil vista se usan para adelantar. Si aparece circulación en sentido contrario, el vehículo adelantando simplemente hace un señal luminoso.

Después de quedarnos en una finca de la familia por la noche, nuestra conductora nos lleva seguramente a Manizales, donde queremos ver las carreras de bicicleta que apartenecen al campeonato panamericano. Hoy se realiza el descenso con un final espectacular, una pendiente empinada pasando las esmeradamente ensartadas banderas de los países participantes y un salto en su fin. Algunos de los ciclistas escogen el camino más lento y menos peligroso, otros muestran caídas espectaculares. Para llevar las partes dispersadas de su bicicleta más allá de la linea de meta, un corredor tiene que correr de un lado para otro.

Después de la carrera remolcamos dos ciclistas por una subida que ellos apenas podrían superar con su equipo especial. El domingo se dedica enteramente a la carrera cross-country (de vueltas) Hoy, una lluvia ligera vuelve el suelo en barro, y dificultosamente se reconocen los participantes, excepto por las indicaciónes del comentarista y los himnos en la ceremonia final. Tomamos el mismo camino para regresar a Bogotá, donde sigo quedandome con mis anfitriónes para dos días más. Finalmente, emprendo una excursión al centro de la ciudad que hace poco efecto. Lleva un trafico inmenso y unos pozos sin tapa.

El jueves, 17 de junio, estoy de nuevo en la carretera. Este día solo logro a cruzar la ciuadad hacia el sur. Sin embargo, el próximo día, la bajada hasta el río Magdalena hace saltar el numero de kilómetros recorridos intensamente. Además, los otros ciclistas me acompañan en su larga camino de trabajo. Río arriba viene Neiva, donde experimento una flojedad que persiste durante el próximo día, después de una noche con hormigas penetrando mi tienda, que baten todos los récordes de grandeza anteriores. Un cable de cambio que quebra el mismo día me hace decidirme por un día de descanso en una pensión en Gigante.

Ahora, el paisaje se pone más montañoso y culmina con una tremenda ascensión precisamente antes del pueblo de San Agustín. Antes de trepar aun más alto a la casa de huéspedes en cual quiero quedarme, veo el inicio de la cabalgata de niños, que viene junto con las demás ceremonias durante estes días. Pero el lugar es más conocido por sus sitios arqueológicos, particularmente por el parque arqueológico que consiste en grupos de figuras de piedra, algunos de las cuales llevan varios millares de años, y una fuente ceremonial en un arroyo con un techo maciso como protcción. La casi completa ausencia de visitantes extranjeros es un indicio para el daño que la guerra civil hace al turismo colombiano.

Para llegar a Ecuador, tengo que atravesar la sierra hacia el oeste. El camino más cerca pasa por Popayán, pero aun así hay que vencer unos cien kilómetros de mala carretera de grava, que mi guía no recomenda para los ciclistas. Salgo el 17 de junio y poco después, el cojinete de mi pedal derecho empeza a bloquear. Hay una especie de taller en el próximo pueblo y ahí aun se encuentra una llave que más o menos conviene a la tuerca correspondente. Con un tubo largo y con la ayuda de acaso cinco personas por fin logramos a desmontar la parte y a fijar mi pedal de recambio.

De hecho, la carretera es mala, y necesito casi tres días para llegar a Popayan con su ciudad vieja que consiste de edificios bajos en el estilo colonial. Ahí, unos antropólogos locales también me consideran como experto en filosifía alemána. Dentro de poco continuo para Quito en Ecuador, donde tengo que llegar alrededor del 10 de julio. Entre aquí y la ultima grande ciudad en Colombia, Pasto, la carretera cruza un valle bajo y árido de mala fama por atracos. Y no se me deja pasar sin organizar uno para mí.

Cuando estoy preparandome para salir después de la noche en la tienda debajo de un puente, dos jovenes de repente saltan por detrás de los arbustos cercanos. Uno de ellos me apunta a mí con su escorpeta de postas y me dice de echarme al suelo, mientrs que el otro empeza a revolver mis cosas. En total, el comportamiento de los dos no es muy categórico. Por consiguiente, me quedo de pie y fracciónes de un secundo más tarde cojo él con el fusil alrededor de su cuello. Antes de que yo pueda dejarlo, el cómplice me clava su cuchillo en la espalda, y desaparecen aun más rapido de como habían aparecido, hasta abandonar alguna munición. Pongo un vendaje improvisado en mi herida y también dejo la escena lo más pronto posible.

Después de unos kilometros yendo en bicicleta tengo suerte y encuentro a un médico viajando en coche son su familia, que se ocupa de mi espalda y que me lleva al hospital en Pasto para suturar la herida punzante. Aun puedo quedarme con mi salvador para dos noches, y el día después del incidente, constato con satisfacción que puedo tenerme en la bici. El lunes, 5 de julio, me voy, y un día más tarde, llego a la frontera, después de extraviarme dos veces en Ipiales. Me asombro del poco trafico que hay en el puesto de control.

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© 16/8/1999 albano & team