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Setiembre, octubre en los Etados Unidos

albano, San José, Abril de 1999

3 de Septiembre de 1998. En automóvil, mis padres nos llevan, a mi bicicleta y a mí, a Zurich-Kloten, y despegamos para Nueva York. Allí, mi amigo ha organizado un taxi, sólo un eslabón en una cadena continua de hospitalidad. Aun puedo participar, el sábado, en un entrenamiento de la asociación local de ciclistas, donde hago sensación con mis portaequipajes y mis sandalias de vuelta.

Unos dias más tarde encuentro a Jonas, otro suizo, en el aeropuerto de Seattle, Washington. Ya ha estado en la carretera desde junio. Viajamos juntos hasta San Francisco, y en nuestro camino experimentamos más generosidad americana. En Seattle acampamos en un jardín privado. Más tarde nos quedamos en los terrenos de una finca y de una casa de fin de semana en la orilla. Es evidente cada vez que somos alimentados por nuestros anfitriónes.

Una carretera de grava polvoriente nos lleva a la costa. Más al sur, Oregon y California tienen preparado unos milagros de naturaleza de primera clase para nosotros: peñas dentadas, islas rocosas, olas espumosas, aun superados a veces por dunas de arena impresionantes, así como árboles Redwood gigantes, protegidos en parques innumerables, pero siempre talados y vendidos.

Después de una escapada al valle de Napa con prudentes degustaciónes de vinos, logramos llegar a San Francisco, a pesar de dos puentes reservados para el tráfico motorizado. Allí, Jonas y yo separamos para aventuras diferentes. Solo una invitación para cenar, poco más tarde, nos da un breve reencuentro. Me quedo unos dias en y alrededor de la ciudad, voy a ver el puente Golden Gate y soy desafiado por calles que conducen, a veces, directamente en la cuesta.

Después de otro alto en Santa Clara hacia el fin del mes, los alrededores urbanos desaparecen abruptamente. Pero el observatorio en el Mount Hamilton, donde paso una noche interesante con expertos, provee una compensación excelente, como los parques nacionales vertiginosos, pero caros, que vienen poco más tarde.

Yosemite significa una larga subida hasta el puerto de Tioga, pero el paisaje con árboles, rocas, arroyos indemniza para e trabajo duro. Death Valley se parece más a una artesa, extendiendose hasta debajo del nivel del mar, en general calvo, cálido, seco - otro desafio. Entre los dos parques, en Lone Pine, soy invitado para ver una palicula especial.

Las Vegas con su torrente de luces y su actividad constante hace un contraste afilado con el desierto alrededor. A vez de jugar, me relleno con los bufets baratos, estando hasta los topes y estudio los trajes estrechos de las camareras. Entre aquí y San Diego hay más desierto que pasar, y en todo medio de este mismo, una de las pocas familias viviendo aquí me invita a quedarme para la noche.

Mi segundeo mes en la carretera termina con una decepción que sólo en parte es equilibrado por encuentros con gente interesante, por mi visita al renombrado zoo y por mi aparición en una fiesta publica de Halloween: Después de casi dos semanas, mi carta a lista de correos desde casa todavia no ha llegado a la oficina de correos.

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© 12/4/1999 albano & team